Sarajevo despierta entre niebla. La mañana es fria, y la vista apenas percibe el final de la estrecha calle donde está el hostal. Una extraña sensación recorre mi cuerpo.
Desde primera hora de la mañana riadas de gente, recorren las destartaladas calles de la ciudad.
La otrora ciudad olímpica no sonríe. No puede olvidar su pasado. Los agujeros dejados por las balas se encuentran aún en muchas fachadas. Cada calle, cada rincón, nos recuerda los horrores de la guerra. Edificios derruidos, sin tejados, con cristales rotos que no han podido ser repuestos, pueblan el centro de la Jerusalem eslava. Sarajevo no puede olvidar
Salvo el primero de noviembre, nunca los cementereos me han producido tristeza. Más bien todo lo contrario, paz y tranquilidad. Sarajevo es la excepción. La ciudad toda ella es un cementereo.
Decenas, cientos, miles de tumbas inundan cada parque, manteniendo viva la tragedia de la guerra en la conciencia colectiva. Sarajevo no puede olvidar.
Sin embargo, hay otro tipo de difuntos que pueblan sus barrios. Como espectros, miles de muertos que aún respiran recorren en silencio, sin reparar en lo que sucede alrededor, sin ningún destino concreto cada calle de la ciudad. La desesperanza, el recuerdo, están tan presentes en sus rostros, como ausente la sonrisa. Bosnia entera asiste con incredulidad y resignación a las burlas de Karadzic al Tribunal de la Haya. El virus del miedo sigue latente en cada cuerpo. Las autoridades desconocen si existe vacuna contra esta enfermedad. Sarajevo no puede olvidar.
Los minaretes de las mezquitas conforman el atípico Skyline de una ciudad, en la que en menor medida, también están presentes ortodoxos y católicos. Los problemas en la ciudad están todavía muy recientes. La pacífica convivencia que un día fue ejemplo para el mundo parece lejos de conseguirse. De momento se respira una tensa paz. Algo es algo. Sarajevo no puede olvidar.
Bosnia no es Croacia. No tiene costa, ni resorts para veraneantes. A Sarajevo no llega el turismo. El simple nombre de la ciudad hace desistir de cualquier intento de visita. Todavía están presentes en nuestra memoria los tres años de asedio serbio que vivio la ciudad. Se nos representa como una ciudad en guerra, poblada de francotiradores. No es así, ya no. Quizás debiera cambiar de nombre. En Sarajevo no hay dinero (al contrario que en Croacia) para reconstruir su espléndido pasado, que aun se intuye entre unas ruinas que, poco a poco van levantándose. Sarajevo no puede olvidar.
Sarajevo muere del pasado reciente. La ciudad donde comenzó la Primera Guerra Mundial, que organizó los Juegos Olímpicos de Invierno en 1984 y que fue ejemplo de convivencia ha perdido parte de su memoria. Sólo recuerda los horrores de las guerra y la barbarie que durante 1000 dias sufrió la ciudad.
Con todo, Sarajevo tiene una belleza difícil de explicar. Atrapa. Roba las voluntades. Devuelve a otra persona vistiendo tu cuerpo.
El barrio Otomano, resplandece reconstruido en el centro de la ciudad antigua, laberíntica. Sólo a 300 metros, edificios en ruinas recuerdan las avenidas parisienses. Minaretes y campanarios históricos se confunden en el centro de Sarajevo. Al otro lado del río, el barrio de Skenderija, que un día fue conocido como el Montmartre del Este agoniza deshabitado. La reconstrucción va lenta. El día que termine, Sarajevo podrá olvidar y mirar al futuro.
Érase un hombre de una ciudad enamorado...
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2 comentarios:
Me ha gustado tu visión de Sarajevo...pero como tú mismo recalcas, lástima que su propio nombre provoque el recuerdo de lo peor que le puede pasar a la humanidad: la guerra entre hermanos.
"Todas las guerras son civiles, siempre hay personas contra personas"
No recuerdo quien lo dijo.
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