Dejo el link del blog de Jose Saramago, donde ha publicado dos articulos sobre educacion y democracia que me han parecido muy interesantes.
http://cuaderno.josesaramago.org/2009/06/25/formacao-1/
http://cuaderno.josesaramago.org/2009/06/26/formacion-2/
27/6/09
6/6/09
Modelizando la vagancia
Una de las limitaciones de la economía marginalista (obviamos cuestiones estructurales) es la imposibilidad fáctica para agregar las utilidades individuales de los agentes económicos. Ante esta situación, los modelos utilizados por esta corriente tienden a homogeneizar la utilidad de los diversos agentes.
Sin embargo, esta homogeneización puede llegar a resultar grotesca por deformadora. En mi opinión no se trata (como dijo una vez en clase una compañera mía) de que las personas no seamos agentes racionales en la toma de nuestras decisiones, sino simplemente en que nuestra condición humana, que nos hace diferentes unos de otros, hace que encontremos diferente utilidad a la misma acción o bien.
Uno de estos factores, que altera nuestra curva de utilidad, es la vagancia. Las personas vagas, observadas desde una aproximación estrictamente económica, no son otra cosa que individuos con una curva de utilidad diferente. No son personas ni más ni menos racionales.
Las personas vagas presentan curvas de utilidad diferentes, y estas preferencias no se muestran sólo en la decisión ocio- consumo, sino que afectan a los más mínimos detalles de la vida cotidiana. La vagancia podría representarse en los modelos como un factor extraeconómico que altera las curvas de utilidad de los agentes.
La vagancia, innata a la condición humana (en diversos grados) pone de manifiesto la limitación de los modelos económicos ortodoxos para representar de forma homogénea las preferencias de los agentes, y explica por qué los comportamientos individuales de los agentes pueden llegar a invalidar las predicciones de los modelos macroeconómicos neoclásicos.
Sin embargo, esta homogeneización puede llegar a resultar grotesca por deformadora. En mi opinión no se trata (como dijo una vez en clase una compañera mía) de que las personas no seamos agentes racionales en la toma de nuestras decisiones, sino simplemente en que nuestra condición humana, que nos hace diferentes unos de otros, hace que encontremos diferente utilidad a la misma acción o bien.
Uno de estos factores, que altera nuestra curva de utilidad, es la vagancia. Las personas vagas, observadas desde una aproximación estrictamente económica, no son otra cosa que individuos con una curva de utilidad diferente. No son personas ni más ni menos racionales.
Las personas vagas presentan curvas de utilidad diferentes, y estas preferencias no se muestran sólo en la decisión ocio- consumo, sino que afectan a los más mínimos detalles de la vida cotidiana. La vagancia podría representarse en los modelos como un factor extraeconómico que altera las curvas de utilidad de los agentes.
La vagancia, innata a la condición humana (en diversos grados) pone de manifiesto la limitación de los modelos económicos ortodoxos para representar de forma homogénea las preferencias de los agentes, y explica por qué los comportamientos individuales de los agentes pueden llegar a invalidar las predicciones de los modelos macroeconómicos neoclásicos.
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Sueño con serpientes
Microhondas
Uno de los principales problemas a los que se enfrentan los estudiosos del desarrollo es encontrar indicadores fiables para medirlo. En realidad, el problema que subyace al de la identificación de indicadores es otro bien distinto: el propio concepto de desarrollo. La doctrina no es unánime a la hora de definir qué es el desarrollo, y por tanto, es imposible que puedan ponerse de acuerdo sobre indicadores universales de desarrollo. Las corrientes sólo convergen sobre conceptos muy vagos que requerirían de un poco más de precisión, fundamentalmente, el índice de desarrollo humano.
En este post quiero proponer un índicador original para medir no el desarrollo en el sentido clásico de la palabra, sino el desarrollo en el marco del capitalismo (no me gusta nada utilizar esta palabra) en las sociedades del primer mundo. Es decir, un indicador que nos permita medir hasta que punto la cultura y la concepción del trabajo capitalista está presente en nuestros hábitos diarios.
El indicador propuesto no es otro que la cantidad de microhondas por cada 100 familias. Sin embargo, ¿por qué utilizar como indicador el microhondas?
En las sociedades opulentas, el microhondas no es considerado un bien de lujo. La decisión de comprarlo o no comprarlo no es tanto una decisión económica como una decisión cultural o de forma de vida. Si en algo podemos estar todos de acuerdo es en el hecho de que preferimos comer comida casera a precocinada. Toda comida elaborada en el microhondas puede ser preparada de forma más sabrosa sin necesidad de utilizarlo. Por otro lado, nadie pone en duda los efectos nocivos sobre la salud de la utilización del electrodoméstico. Como contrapunto podemos admitir que el microhondas permite preparar la comida de forma mucho más rápida y cómoda. Esta rapidez y comodidad parecen ser exigencias del nuevo modelo cultural y laboral donde el trabajo ocupa una posición central tanto por las horas que se le dedican al día, como por su importancia en el proceso de autorealización personal. En el nuevo modelo social, actos cotidianos como comer, disfrutar de la comida (no quiero decir alimentarse) y todo los "ritos" que lo acompañan (momento de socialización familiar) han pasado a ocupar un lugar secundario.
Está claro que la utilización de este indicador resultaría grotesca para los países llamados subdesarrollados o en vías de desarrollo, por lo que entiéndase que sirve sólo para medir el grado de desarrollo capitalista en las sociedades del primer mundo (comparando por ejemplo España e Italia, donde el número de microhondas por casa es mucho menor)
Antes de concluir el post, me gustaría hacer referencia a otra posible utilización del microhondas como indicador. Dicho electrodoméstico, no sólo parece ser un indicador excelente del grado en que la sociedad capitalista ha entrado en nuestras casas, sino también del grado de emancipación o empoderamiento de la mujer en una sociedad (medido por la incorporación de mujeres al mercado laboral). Dado el papel tradicional de la mujer (que asumía las labores domésticas, entre otras la de cocinar), parece lógico pensar que la utilización del microhondas es también un indicador bastante fiable del grado de incorporación de la mujer al mercado de trabajo. Cuando una mujer trabaja, tiene menos tiempo para ocupar en las labores domésticas (que la mayoría de las veces todavía desempeña casi en solitario), y por tanto recurre a la utilización de este tipo de instrumentos para maximizar su tiempo, enfrentándose al trade off entre dedicar más tiempo al trabajo u otras actividades o a las labores domésticas.
Llegados a este punto, creo que conviene establecer una tercera relación (que encuentra como nexo el inocente instrumento doméstico). La correlación positiva entre el nuevo modelo laboral y cultural y el nivel de empoderamiento de la mujer. Si nuestro nuevo modelo laboral presenta algún rasgo positivo es el de no discriminar entre hombres y mujeres. Para la nueva economía no somos dos géneros diversos, somos sencillamente factores productivos, por lo tanto parece lógico que la discriminación por sexos terminará por desaparecer (o se mantendrá en niveles muy pequeños por el hecho fisiológico del embarazo), para dar lugar a una discriminación en función de la productividad.
El desarrollo capitalista y el nuevo mercado laboral traerán la igualdad de sexos, pero no por su vocación progresista, sino por su carácter deshumanizado.
En este post quiero proponer un índicador original para medir no el desarrollo en el sentido clásico de la palabra, sino el desarrollo en el marco del capitalismo (no me gusta nada utilizar esta palabra) en las sociedades del primer mundo. Es decir, un indicador que nos permita medir hasta que punto la cultura y la concepción del trabajo capitalista está presente en nuestros hábitos diarios.
El indicador propuesto no es otro que la cantidad de microhondas por cada 100 familias. Sin embargo, ¿por qué utilizar como indicador el microhondas?
En las sociedades opulentas, el microhondas no es considerado un bien de lujo. La decisión de comprarlo o no comprarlo no es tanto una decisión económica como una decisión cultural o de forma de vida. Si en algo podemos estar todos de acuerdo es en el hecho de que preferimos comer comida casera a precocinada. Toda comida elaborada en el microhondas puede ser preparada de forma más sabrosa sin necesidad de utilizarlo. Por otro lado, nadie pone en duda los efectos nocivos sobre la salud de la utilización del electrodoméstico. Como contrapunto podemos admitir que el microhondas permite preparar la comida de forma mucho más rápida y cómoda. Esta rapidez y comodidad parecen ser exigencias del nuevo modelo cultural y laboral donde el trabajo ocupa una posición central tanto por las horas que se le dedican al día, como por su importancia en el proceso de autorealización personal. En el nuevo modelo social, actos cotidianos como comer, disfrutar de la comida (no quiero decir alimentarse) y todo los "ritos" que lo acompañan (momento de socialización familiar) han pasado a ocupar un lugar secundario.
Está claro que la utilización de este indicador resultaría grotesca para los países llamados subdesarrollados o en vías de desarrollo, por lo que entiéndase que sirve sólo para medir el grado de desarrollo capitalista en las sociedades del primer mundo (comparando por ejemplo España e Italia, donde el número de microhondas por casa es mucho menor)
Antes de concluir el post, me gustaría hacer referencia a otra posible utilización del microhondas como indicador. Dicho electrodoméstico, no sólo parece ser un indicador excelente del grado en que la sociedad capitalista ha entrado en nuestras casas, sino también del grado de emancipación o empoderamiento de la mujer en una sociedad (medido por la incorporación de mujeres al mercado laboral). Dado el papel tradicional de la mujer (que asumía las labores domésticas, entre otras la de cocinar), parece lógico pensar que la utilización del microhondas es también un indicador bastante fiable del grado de incorporación de la mujer al mercado de trabajo. Cuando una mujer trabaja, tiene menos tiempo para ocupar en las labores domésticas (que la mayoría de las veces todavía desempeña casi en solitario), y por tanto recurre a la utilización de este tipo de instrumentos para maximizar su tiempo, enfrentándose al trade off entre dedicar más tiempo al trabajo u otras actividades o a las labores domésticas.
Llegados a este punto, creo que conviene establecer una tercera relación (que encuentra como nexo el inocente instrumento doméstico). La correlación positiva entre el nuevo modelo laboral y cultural y el nivel de empoderamiento de la mujer. Si nuestro nuevo modelo laboral presenta algún rasgo positivo es el de no discriminar entre hombres y mujeres. Para la nueva economía no somos dos géneros diversos, somos sencillamente factores productivos, por lo tanto parece lógico que la discriminación por sexos terminará por desaparecer (o se mantendrá en niveles muy pequeños por el hecho fisiológico del embarazo), para dar lugar a una discriminación en función de la productividad.
El desarrollo capitalista y el nuevo mercado laboral traerán la igualdad de sexos, pero no por su vocación progresista, sino por su carácter deshumanizado.
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